viernes, 13 de enero de 2017

1 de Enero de 2017. Peor es Nada.

El 30 de enero, en plena operación salida de vacaciones chilena,  transitamos por la Ruta 5 desde el extra radio de Santiago de Chile como dos kamikazes en busca de embarcaciones de la flota de Los Aliados donde estrellarnos. Camiones a gran velocidad haciendo eses con señales que rezan "Carga Peligrosa", vehículos de toda índole cargados hasta los topes, maletas amontonadas en la baca, carritos de bebé atados a la puerta del portabultos, remolques con embarcaciones de recreo, kayacs, bicicletas... Todos pisan el acelerador desesperados por llegar a algún intrigante destino para descansar durante las vacaciones estivales (aquí, en el Hemisferio Sur,  el verano no ha hecho sino comenzar). 




Atormentada por las altas temperaturas y el ruido ensordecedor en el asfalto, pedaleo angustiada intentando recordar los momentos de júbilo que acabo de vivir días atrás en casa de los Vargas y de los Parra. Quiero que mi mente emigre mientras mi cuerpo viaja, que me saque de esta sofocante mañana de finales de año y me transporte muy lejos de esta tortura de alquitrán y vehículos desesperados. 





Después de semanas en el Altiplano boliviano y en el Desierto de Atacama,  esto es lo más parecido a caerse desde un colchón de algodón sobre una zarzamora. La única opción que tengo para escapar de esta terrible situación es seguir pedaleando hacia el sur y llegar a regiones de Chile menos colapsadas por seres humanos al borde de un ataque de nervios. 



No cabe un vehículo más en la autopista y los escasos espacios en el pavimento son aprovechados por algunos osados para adelantar de súbito sin poner el indicador. Los camiones se llevan el premio en falta de precaución y algunos libran particulares batallas circulando en paralelo a sus rivales por la izquierda durante minutos, ante la pasiva inquietud de una plebe de vehículos particulares que intenta sobrevivir al despotismo vial camionero. 

A veces hay que meterse en la mierda hasta arriba para lograr lo que una quiere y este es un maldito ejemplo. 

Dormimos en la Estación del Cuerpo de Bomberos de El Olivar. Como siempre, los bomberos de Chile nos reciben con los brazos abiertos y nos alojan en sus mejores dependencias. Por mucho que les digamos que no queremos molestar y que estaríamos encantadas de acampar en su estacionamiento, insisten en que estemos cómodas.  "No, señoritas_ dice el Comandante_ son nuestras huéspedes y dormirán como reinas".




Por la noche los voluntarios celebran una fiesta, a la que, por supuesto, nos invitan, pero declinamos la oferta en pro del progreso de nuestro viaje. Así que nos vamos a la cama a las nueve, pero no pegamos ojo en toda la noche debido al ruido y al final nos quedamos sin fiesta y sin dormir adecuadamente para rendir al día siguiente como Dios manda. 


31 de Diciembre. ¡Viven!


_"El último día del año no lo podemos pasar acampadas en una gasolinera"_ le digo a Marika mientras pedaleamos la Ch_5 en dirección a San Fernando. Por favor, permitámosnos algo de glamour para inaugurar el nuevo año...




En el desvío a Rengo observamos un gran cartel publicitario que reza: "Rengo, Número Uno en Calidad de Vida de la Región de O´Higgins". Así que entramos entusiasmadas por haber encontrado un universo de paz y belleza donde invertir el 31 de diciembre. Pero a medida que nos introducimos en la localidad se nos va quitando el frenesí y cuando llegamos a la plaza nos damos cuenta de que el cartel a la entrada del pueblo es un camelo y que aquella pequeña localidad es una de las más feas que he visto en Chile. Además, tampoco nos gusta mucho la atmósfera que se respira. Con el rabo entre las piernas y un calor que nos golpea el rostro volvemos a la carretera con un halo de decepción y un signo de interrogación que se cierne sobre mi cabeza: qué diablos significará "Mejor Calidad de Vida" en Chile. 

No tardamos mucho en encontrar un hostal barato en San Fernando. Quizá nos ayuda un poco el hecho de que queramos huir de las bulliciosas calles que hierven de gente y de tráfico en la antesala de la última gran fiesta del año. Los vendedores ambulantes, apostados en todas las esquinas, gritan desesperados por venderlas últimas baratijas del año, los exasperados conductores tocan el claxon como locos, como si eso les fuese a ayudar, los transeúntes cruzan impacientes con el semáforo en rojo, los altavoces retumban estridentes sonidos en el frontis de algunos comercios, masas de gente pululando en las aceras con las últimas compras del año en las manos, improvisados puestos de frutas, empanadas, brochetas de carne, nos cierran el paso. Hoy vale la pena este esfuerzo económico con tal de huir del zumbido del consumismo por las calles. 

La última noche del año 2016 Marika Latsone y yo comemos chino, brindamos con vino de cartón y nos vamos a la cama a las nueve de la noche. En toda mi vida no me había sentido más rara. Tengo la sensación de que me estoy despidiendo de este mundo, que cerraré los ojos y despertaré mañana en otro planeta, parte de una misión especial a miles de años luz de la Tierra, seré criogenizada en unos minutos y sometida a condiciones de frío intenso para ser reanimada en el futuro...




Pero el 1 de enero me despierto todavía en la Tierra y cuando miro por la ventana veo el mismo cielo azul de todos los días. De lo que no estoy tan segura es de que el Planeta siga habitado. Por las calles no hay ni un alma y un ventisquero arrastra los desperdicios del desmadre del día anterior. 

Me siento motivada y recargada. Quizá sea el espíritu de los 16 supervivientes del avión estrellado en Chile que resistieron 72 días alimentándose de sus compañeros fallecidos. San Fernando fue la primera ciudad que vieron estos pobres seres humanos después de vivir esta traumática experiencia. Cuarenta años después, la Tragedia de Los Andes sigue aún muy presente en las vidas de los habitantes de esta comuna  y ciudad de Chile, ubicada en la Región del Libertador General Bernardo O'Higgins, capital de la Provincia de Colchagua.


"Pero es Nada"


Pedaleamos hacia Tierra del Fuego con el viento a 20 km por hora en contra, tráfico desbordante pese a ser primero de año, y un calor que raja las piedras. Ante este panorama, a mediodía mi motivación ya está bajo mínimos. Una señalización de carretera me arranca una sonrisa. La población de la próxima salida se llama Nada es Peor. Tiene que ser muy terrible el sitio para llamarse así, pienso. 




"Y si acampamos en Peor es Nada"_ le grito a la letona. Por el camino intento explicarle en inglés el significado del epónimo sin mucho éxito porque Marika no entiende cómo puede un lugar llamarse así. La verdad es que yo tampoco...jajaja. 

Lejos de ser el peor pueblo del país, la localidad es pintoresca y sosegada. La carretera que la atraviesa es estrecha y numerosas fincas y granjas con familias aún de celebración la flanquean. Huele a barbacoa de carne y comienzo a salivar. Cuánto daría por una carne oreada estilo colombiano ahora mismo. Los peculiares efluvios me trasladan a otra localidad, la de San Gil, en Santander, Colombia, donde hace exactamente un año devorábamos lonchas de carne ahumada invitadas por la familia Palomino. Hoy a lo más que podemos aspirar es a una lata de atún en lomitos y puré de papas. Lo que es la vida. Unas veces estás en la cima y otras arrastrándote por el barro. Lo importante es adaptarse. 

Nos salimos de la carretera general y pedaleamos por una vía de tierra en busca de un lugar para acampar. Observamos un bosquecillo de eucaliptos junto a la carretera y decidimos montar allí el campamento, ocultas junto a unas gallinas y pollos que nos miran aterrorizados. Junto al enclave, un arroyo nos obsequia con el sonido del agua, ideal para relajarnos y dormir profundamente. 




Mientras Marika arma las tiendas de campaña yo cocino. Sólo el ruido del agua y el cacareo de las gallinas rompen el silencio, pero sin quebrar el sosiego. Al otro lado de la carretera hay un par de granjas pero creemos que nadie nos ha visto instalarnos aquí y de todas formas no parece haber nadie en las inmediaciones. Pico un poquito de ajo y de cebolla mientras la pasta se cocina en mi hornillo de gas y cuando voy a poner el aceite al fuego alguien dice "Buenas Tardes". 




Dos risueñas campesinas de las granjas limitrofes nos saludan amablemente y nos ofrecen una bandeja con higos, tomates, duraznos y cerezas. Disimulo el sobresalto con una sonrisa de oreja a oreja dando las gracias por increíble gesto de hospitalidad que acabamos de presenciar. Qué bien nos hemos escondido que los lugareños no sólo saben dónde estamos sino que nos agasajan con presentes de acogida. Charlamos un poco con las mozas y por la noche, según Marika, ronco como una cerda, yo creo que debido a lo bien que duermo después de tanto tiempo, porque YO NUNCA RONCO! Ha sido sólo un caso aislado...

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